domingo, 14 de diciembre de 2008

Escenas dentro de un autobús italiano. Una vieja gloria del boxeo.

Hora punta en la línea de autobús 32 con destino a Grassina. Un hombre mayor, robusto, con aire de galán de otros tiempos, como de película de Fellini, esta sentado frente a una mujer madura y sonriente. Ambos conversan, él le cuenta una historia y la hace reír. Mientras tanto, la gente intenta subir en un autobús cada vez más lleno y encontrar un espacio.
El hombre mayor empieza a entonar una vieja canción de amor italiana. Ella sonríe, le da las gracias y baja en la siguiente parada. Obviamente, no viajan juntos. El viejo no se amilana y, a pesar de los empujones de los pasajeros y los frenazos del conductor, sigue cantando con su gastada pero afinada voz de tenor. Esa balada, con seguridad, le trae recuerdos de otras épocas, de cuando él era joven y era amado. Algunos le escuchan, otros esbozan una risita de condescendencia, un hombre de mediana edad y de apariencia obrera, como sacado de una película de Passolini, ocupa el lugar que la mujer ha dejado.

El recién llegado observa y escucha; le mira de reojo con cierta desconfianza, hasta que el abuelo termina de cantar. Entonces, se establece un hilo invisible de energía y se rompe el hielo entre ambos dando inicio a una conversación conmovedora. Sin saber por qué, los dos están a punto de compartir sus historias dentro de un autobús bamboleante. El hombre mayor le confiesa al obrero passoliniano que él, alguna vez, también fue joven y fuerte; que disfrutó de la vida y del amor, que fue un entusiasta deportista y, para demostrárselo, saca de su ajada cartera una vieja fotografía en blanco y negro donde se le ve con cuerpo musculoso, como de “Charles Atlas”. Pero los años lo han obligado a usar bastón, moverse con dificultad y, de alguna manera, estar solo. Entonces, el joven obrero, le confiesa que él, en cambio, aunque posee la juventud y ama el deporte padece una discapacidad que le impide hacerlo. Ambos filosofan sobre las contradicciones de la vida, lamentan sus particulares circunstancias y comparten, dentro de un autobús lleno de pasajeros cansados y frustrados, lo que tienen en común, a pesar de sus obvias diferencias.

El filosófico diálogo continúa unas calles más, hasta que nuestra “vieja gloria del boxeo” llega a su destino. Con dificultad se levanta, se despide cortésmente de su nuevo amigo y baja del autobús de la línea 32 con destino a Grassina. Mientras, el joven personaje de Passolini lo sigue con la mirada, atento a los pasos del viejo y despidiéndose con una sonrisa fraternal, como de alguien que sabe con certeza que él también será, algún día, ese hombre mayor que canta canciones de amor a quien quiera oírlas.

Imágenes de Italia

La Catedral de Florencia, la Torre del Giotto y el cielo florentino.

El río Arno y la torre de San Nicolás.

Floren y Laura con la Firenze de escenario, desde la Piazzale Michelangelo.

sábado, 13 de diciembre de 2008

El origen de las cosas

Palabras más, palabras menos, decía Octavio Paz que las calles y, por tanto, las ciudades deben caminarse como se lee un libro o se recorre un cuerpo.

En el caso de la región de la Toscana, esto resulta particularmente cierto: es imprescindible venir preparado, haber hecho la tarea –por decirlo de algún modo- porque aquí las palabras, los conceptos y los colores recuperan su sentido original. Me explico: ¿cuántas veces hemos oído o utilizado las frases de “infierno dantesco” o “personaje maquiavélico” sin siquiera detenernos a pensar de dónde vienen o cómo fueron creadas? ¿Cómo es el color siena y por qué se llama así?


En Florencia y sus alrededores nacieron, crecieron, se desarrollaron y murieron los hombres y las mujeres (aunque menos conocidas) más importantes del Renacimiento. Dentro de los “palazzos” de toscas piedras se hurgaron las conspiraciones más sutiles y más crueles; por cierto, uno de estos imponentes edificios, el Strozzi, esta dedicado a temas de mujeres en el poder y, en estos momentos, ofrece una exposición sobre Catalina y María de Medici, ambas reinas de Francia y mujeres cultas y poderosas.
Florencia es una ciudad que ha servido de inspiración a muchos artistas.
A Stendhal, por ejemplo, le provocó incluso un síndrome derivado de contemplar tanto esplendor. En 1817, cuando el escritor francés visitó la capital toscana, le sobrecogió la cantidad y calidad de obras arquitectónicas, escultóricas y artísticas que embargaban la ciudad. Estando dentro del templo de la Santa Croce experimentó tal sensación de vértigo y angustia, de palpitaciones y desmayos, que un médico le diagnosticó “sobredosis de belleza”.
Dicen que Dante Alighieri se inspiró en los mosaicos de inspiración bizantina dedicados al infierno que podemos contemplar en la cúpula del Baptisterio florentino, para escribir su Divina Comedia. Dante vivió en un barrio muy cercano, se casó con su vecina de al lado y en la iglesia de la esquina. No se movió mucho el gran Dante y sus pisadas todavía se perciben cuando cruzamos la magnífica Piazza de la Signoria. Casi dos siglos después, por esas viejas lozas y frente a los imponentes edificios del poder también se inspiró Maquiavelo para describir a El Príncipe que no era otro que el de Florencia (Lorenzo II de Medici).


Y los enigmáticos paisajes de Leonardo sólo pueden comprenderse al detenernos por la ruta Chiantigiana y observar como la bruma se levanta lentamente y va descubriendo una serie de suaves colinas que muestran, en lo alto, una villa, un pequeño palazzo o un paraje cuajado de cipreses.
Así lo comprobamos durante nuestro viaje a Siena. ¿Siena tostado o natural? Los colores ocres, amarillos y rojizos de esta ciudad, la rival más importante de Florencia, nos revelan las razones para llamar así a este color. Destacan, sobre todo, su singular plaza y el Duomo, una de las iglesias más inolvidables de Italia.
Aquí les compartimos unas fotos y, muy pronto, nuestros paseos por la Toscana y Venecia.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Ojo con los italianos


“Los italianos son más vivos que el hambre”, decía Enrique Pinti, humorista argentino, quien señalaba que eran capaces de venderte cualquier cosa, desde lo más sublime hasta lo más vulgar, aduciendo siempre el valor histórico, artístico o estético de las cosas. La costra de suciedad que cubre algunos muros de las iglesias renacentistas se convierte en “la pátina del tiempo” para los italianos; en los puestos del mercado, con la mejor de sus sonrisas, te venden una sencilla salsa de pesto como una obra desconocida de Leonardo (y así te la cobran); la mitad de los templos e iglesias toscanas se encuentra en plena rehabilitación, pero el precio de entrada es el mismo que si se encontrara en la etapa más resplandeciente de su vida.

Un ejemplo elocuente: la Galería D´Uffizi, referente indiscutible del arte renacentista, nos recibe, en tiempos otoñales, con una más que apreciable disminución de su acervo cedido a otros museos o en proceso de restauración. Además de esta merma inesperada, nos encontramos con un museo al que quizás se llegue con altas expectativas de conocer obra muy importante de los grandes genios del renacimiento cuando en realidad lo que vamos a encontrar es un solo cuadro de Miguel Ángel, otro de Da Vinci y algunos menores de Rafael Sanzio. Eso con la excepción de Botticelli de quien hay una más que apreciable representación (“El nacimiento de Venus” y “La Primavera”) y, por supuesto, la magnifica colección de obra del Giotto, actor fundamental de la transición renacentista. Sería bueno que alguien alertara de lo anterior para que mucha gente no se pudiera sentir frustrada o incluso engañada en su primer encuentro con los Uffizi.
Una visita obligada, aunque cara, es la Academia donde se localiza el magnífico David de Miguel Ángel y sus cuatro “esclavos”, figuras inacabadas de indudable valor artístico. El David es otra cosa: puedes sentarte horas contemplándolo desde todos los ángulos posibles. Dentro de la sala hay una animación en 3D de la escultura que puede ser manipulada a través de una computadora y que nos permite “viajar” por el enorme cuerpo de 5 metros de altura y realizado en un solo bloque de mármol blanco. ¡Es una gozada!

Un día lluvioso y frío que, sin embargo, nos regaló un atardecer inolvidable sobre el río Arno y que aquí compartimos con ustedes. Con cielos como éste, uno es capaz de perdonarle a los “tanos” esa seducción que a veces puede caer en aires de suficiencia o en el más absoluto cinismo.


Mañana no se pierdan nuestro viaje a Siena por la insuperable Ruta Chiantighiana.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Benvenuti a Firenze

La Toscana es una de las regiones más bellas de Italia. Se necesita un tiempo razonable para recorrerla, adentrarse en sus caminos y pueblos, leerla y poder decir que la conoces. Por eso, Floren decidió que disfrutáramos de 15 días en un casita con vista a las colinas del Chianti. El pueblo más cercano se llama Grassina y se encuentra a 5 kilómetros de Florencia.

Nuestro primer encuentro con la capital toscana no pudo ser más elocuente: bajándonos del autobús número 31 la exposición de un cuadro de Raffaello, La Madonna del Cardellino, recientemente restaurado, en el Palacio Medici Ricardi, una de las residencias más fastuosas de la familia más renombrada de Florencia. O sea, te bajas del bus, y tienes una obra maestra del Renacimiento en la puerta.
Y después de alimentar los ojos y el alma, no hay nada como almorzar en uno de los puestos de comida del mercado central compartiendo la mesa con los florentinos, muchos de ellos como sacados de un cuadro de Botticelli. De postre, el sol se asomó por unos instantes e ilumino la inolvidable fachada de la catedral, el duomo de Brunelleschi y el campanario del Giotto.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Viaje a Florencia y la Toscana

La aventura comenzó cuando la empresa de ferrys nos dejó el primer mensaje en el móvil. “Disculpe la inconveniencia, pero su barco zarpará a las 2 de la mañana”. Bueno, un par de horas después de lo previsto tampoco nos parecía mal, considerando que era la primera vez que tomábamos un barco para ir a Italia. Además, tomando en cuenta que la salida era desde el puerto de Barcelona, tendríamos tiempo de partir holgadamente desde Madrid. Sin prisas.
En el camino, recibimos otro mensaje; “Su ferry saldrá a las 5 de la mañana y el embarco empieza a las 2”. ¡Ups! Ninguna explicación de por medio, ni siquiera la fórmula de “disculpe las molestias”. Empezamos a elucubrar, ¿habrá mal tiempo?, ¿los barcos serán seguros? Nada.
Y llegó el tercer mensaje, pero ahora en forma de llamada telefónica y en la voz de una chica monísima que sólo quería cerciorarse de que habíamos recibido los recados anteriores. Lo que no nos dijo era que la salida del barco se había pospuesto para las 7 de la mañana. ¿Estábamos leyendo bien la señal?
Finalmente, el ferry de la empresa Grimaldi zarpó a las 9 de la mañana rumbo a Livorno, es decir, nueve horas después de lo previsto. Un día en alta mar, durmiendo buena parte de la mañana y recuperándonos de la desvelada – desmañanada arrullados por las suaves olas del mar no era un mal plan. Lo malo empezó a las 4 de la madrugada, cuando comenzamos a sentir que la cosa no pintaba muy bien.
Para quienes hemos vivido un terremoto en la Ciudad de México, la experiencia es parecida sólo que en lugar de durar 30 segundos, la sensación se prolonga más de dos horas, con no se cuántos grados Richter, en sentido oscilatorio – trepidatorio y en medio del Mediterráneo, en la más absoluta oscuridad con un viento y una lluvia que nunca había oído antes. Fue, sin duda, el preludio de una noche inolvidable, no por lo romántico, sino por el miedo que sentimos. El barquito se movía como una cáscara de nuez en medio de aquel mar embravecido que no daba tregua y que nos trajo a la memoria escenas de maremotos y tsunamis. Floren me trataba de tranquilizar y yo pensaba en que peor lo pasaban los cientos de inmigrantes subsaharianos que atraviesan el océano hacinados en pateras, sin comunicación ni GPS ni cómodos camarotes como el mío. “¡Laurita, no seas tan burguesa!”, me decía a mi misma para darme ánimos cuando empezaron a caer las cosas del baño y de la mesita de noche. “Si tengo que vomitar, a dónde me dijo Santi (nuestro amigo marino) que tengo que hacerlo: ¿a sotavento, a barlovento?”. ¡Dios, qué susto!
Después de la tempestad, en efecto, llega la calma. Por fin, llegamos a nuestro destino y la Toscana nos dio la bienvenida con algo de lluvia y unas suaves colinas llenas de viñedos y colores y belleza que agradecimos más todavía después de haber pasado –aseguraban los noticieros- “la peor borrasca que ha vivido la costa italiana en los últimos 25 años”.