sábado, 29 de noviembre de 2014

De puertas adentro



A las 7 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter devastó el centro de la ciudad de México. Nunca se supo cuántos muertos hubo. Se especuló con diferentes cifras: desde los seis mil y pico que dieron los medios oficiales, hasta los 27 mil registrados por los organismos internacionales. Doscientos cincuenta edificios fueron destruidos y más de 500 quedaron gravemente dañados.

Es doloroso ver cómo se parecen las ciudades arrasadas por la guerra a las destruidas por un terremoto. Da igual. Esta imagen, que podría pertenecer a una zona en conflicto, me recuerda el estado que guardaban cientos de fincas cuando salí a recorrer las calles aquella mañana de septiembre. Como en la foto, numerosas fachadas cayeron dejando al descubierto las historias, los sueños, los recuerdos y las miserias de miles de individuos. Es como si, de repente, a plena luz del día, alguien te arrancara la ropa dejándote en bragas. Te da un poco de vergüenza mostrar las grietas y el desorden; la cama a medio hacer y el montón de cajas sin acomodar.

“De puertas adentro” es una expresión imposible de concebir al mirar esta fotografía. La intimidad deja de existir. Lo privado se vuelve público ante la curiosidad de los mirones. Y una se pregunta: ¿Quién habrá vivido en la primera planta? ¿Se habrá salvado la vieja del tercero?

Por los dibujos de lo que fue la escalera, se nota la mano de aquel adolescente del segundo derecha que molestaba a los vecinos. También se respira la pobreza de los inquilinos que no pudieron reunir el dinero para cepillar la madera de las desvencijadas puertas. Claro que nunca falta quien decide plantarle cara a la estrechez y pintar de verde y amarillo las ventanas de su vivienda.

Es la imagen de la desolación. De vidas truncadas. De historias rotas. De lo que fue y no volverá a ser. Es la fotografía que nos recuerda que nada ni nadie volveremos a ser los mismos. Nunca más. Como sucede en las ciudades en pie de guerra. Como les ocurrió a quienes, alguna vez, habitaron las entrañas de estas casas.

martes, 25 de noviembre de 2014

6 de cada 10 mexicanas sufren violencia de género


De acuerdo con el último informe de la Organización Mundial de la Salud, 6 de cada 10 mexicanas, mayores de 15 años, han sido en algún momento víctimas de violencia de género. Esta alarmante cifra pareciera demostrar que este tipo de violencia está instaurada en México.

En opinión de Ana Güezmes, representante de ONU-Mujeres en el país, los homicidios de mujeres en México siguen a la orden del día. Tan es así que la violencia de género tiene dimensiones de pandemia: al menos 6.4 feminicidios se cometen al día, según datos del 2010. Según esta funcionaria, los crímenes de mujeres se concentran principalmente en las localidades como la violenta Ciudad Juárez y Chihuahua, en Chihuahua, Tijuana, en Baja California; Culiacán, en Sinaloa, y Ecatepec de Morelos, en el Estado de México.

Todos y todas a luchar contra la violencia de género

Según datos del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), los actos violentos, que pueden ser físicos, emocionales, económicos, sexuales, familiares, patrimoniales, laborales o escolares, así como el feminicidio y la trata de niñas y adultas, deben ser castigados. Sin embargo, en solo 26 entidades del país, la violencia de género está tipificada legalmente. De hecho, uno de los retos más importantes en la lucha contra los feminicidios es la tipificación como delito en todos los estados, y la homologación de las penas.

Condiciones injustas para las mujeres

Para esta defensora de los derechos femeninos, en el país las mujeres aún se ven relegadas a un segundo término en su nivel de ingresos, ganando hasta un tercio menos que los hombres incluso contando con estudios medios y superiores. Además, no tienen ni una sola representante gobernadora.

Por su parte, Ricardo Bucio, presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), explica que para erradicar la segregación de las mujeres hay que establecer mejores marcos legales, sistemas de defensa y protección eficaces, campañas de promoción de la diversidad, más educación, políticas públicas y otros lineamientos y criterios de acción de procesos de cambios culturales.

Sea cual sea la opinión de cada quien, el hecho es que diariamente 6 mexicanas son asesinadas en el país sin que, al parecer, nadie haga nada.

 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Yahara y los selfies


¿A quién observa el pequeño mono araña? ¿Qué ven sus ojillos asustadizos que contrastan con la serena mirada del amo? ¿Por qué se aferra a la cabeza del niño? Si pudiésemos leer la primitiva mente del animal, diríamos que no se fía de los individuos que tiene enfrente. Quizá porque se parecen demasiado a quienes lo dejaron huérfano y sin casa. Sin embargo, él no sabe que estos hombres han venido al corazón de la selva amazónica brasileña por otro motivo: fotografiar a la tribu awá, una de las más amenazadas del planeta debido a la deforestación descontrolada.

¿Y el niño? ¿Tampoco confía en estos hombres? Con atención mira la lente de la cámara que le intenta robar, no ya el alma, sino un trozo de imagen. Sus ojos observan con cautela y curiosidad. Quieren descubrir lo que el fotógrafo tiene entre las manos. Acaso pretende asomarse a la pequeña ventana del aparato.

Por la cercanía del rostro y la nitidez de la imagen, alguien muy moderno o demasiado joven diría que se trata de un selfie. Esa moda tan de mal gusto que ha inundado las redes sociales de rostros ridículos. Hasta el término suena mal: selfie. En efecto, alguien podría afirmar que la estética de esta foto coincide con la tendencia visual del momento, si no fuera porque ha sido tomada por uno de los mejores fotógrafos del mundo: Sebastiao Salgado.

Este joven de ojos negros, que podría pasar por un varón o una hembra, se llama Yahara. Afortunadamente, no sabe lo que es un selfie y lo más seguro es que nunca lo sepa. Y aunque lo supiera, es difícil que su cabeza, acostumbrada a contar árboles y ríos, se haga una idea de lo que es “colgar” cada día 93 millones de autofotos. Yahara solo sabe colgarse de las lianas. Para su fortuna, las únicas nubes que conoce son las que cruzan el cielo desatando tormentas de vez en cuando.

Dice el escritor mexicano Jordi Soler que, desde la perspectiva del hombre primitivo, el selfie sería “el acto por medio del cual una persona se roba el alma a si misma, como quien se roba su propia cartera”. Inquietante opinión.

¿Y pensar que Facebook es la mayor red social de imágenes con más de 240 mil millones de fotos publicadas? La perturbadora cifra nos pone la piel de gallina. En todo caso, si pudiéramos pedirle algo a este joven amazónico sería no asomarse demasiado a este mundo de imágenes desacralizadas, robadas a golpe de teléfono móvil. No vaya a ser que, en medio de tantas, el alma se le pierda.

Regresemos a la fotografía de Sebastiao Salgado. El ángulo que forman las dos miradas, la del mono, dirigida hacia la derecha, y la del niño, que observa de frente, nos ofrece un abanico de posibilidades para inventarnos más de un fábula. Como ésta: la de Yahara y el mono araña, cuyos ojitos encendidos como dos pequeños tizones parecen alertar de que la presencia de hombres blancos en la tribu nunca traerá nada bueno.

 

martes, 11 de noviembre de 2014

Nuria y sus 15 minutos de fama



El golpe fue seco. Se le nubló la vista. Las piernas le flaquearon. Cayó de bruces sobre la pancarta que reivindicaba sus derechos.

Los recortes habían llegado hasta la mejor institución científica del país. Muchos investigadores, casi todos jóvenes, ya habían emigrado. Otros, con más años y menos posibilidades de encontrar un futuro mejor, como Nuria, decidieron plantarse y defender lo que quedaba.

Aquella mañana, ella salió de casa para reunirse con los compañeros que, por enésima vez, tomaban la calle para protestar por el inminente cierre de su centro de trabajo. Nuria intuía que la movilización de aquel día iba a ser diferente de las demás. Algo le decía que el ambiente estaba demasiado caldeado y los nervios al borde del estallido. Al reunirse con los colegas, su intuición se confirmó: un número desproporcionado de policías antidisturbios rodeaba el edificio del Parlamento, lugar donde habían previsto entregar el pliego de demandas.

Nuevos colectivos se unieron a la marcha. Había consignas que iban subiendo de tono y carteles que protestaban por la privatización de los servicios públicos, o el aumento de las tazas universitarias. En efecto, algo estaba a punto de estallar. Y estalló.

Nunca se supo quién encendió la mecha. Lo cierto es que los manifestantes empezaron a correr por todos lados intentando esconderse en algún portal, o llegar a la boca del metro. Nuria no enteró cómo quedó varada en el centro del caos. Nunca pudo recordar cómo fue el ataque. Solo sintió un duro golpe en la cabeza. Y todo se volvió negro.

Durante dos meses, permaneció en coma en el Hospital de La Paz. Sin quererlo, se había convertido en el símbolo de aquel mitin. La fotografía que la mostraba derribada en mitad de la avenida, en una posición imposible como de muñeca dislocada, y abrazando una pancarta ensangrentada en la que sobresalía la frase Solo pedimos Justicia, ganó el Premio Nacional de Fotoperiodismo. Los medios de comunicación nacionales y extranjeros replicaron la imagen cientos de veces y las redes sociales, millones. Se hicieron camisetas y afiches. Inclusive, un trasnochado grupo de filiación maoísta-leninista la adoptó como emblema.

Dos meses después, Nuria despertó. Abrió los ojos y recorrió con la mirada aquel cuarto blanco que no reconocía. Con cierta angustia, movió los ojos de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Clavó la vista en la lámpara del techo. Se mojó los labios resecos. Movió un dedo, luego la mano entera. Sintió el cuerpo dolorido y comenzó a llorar.


En cuanto se supo que había despertado, decenas de periodistas y fotógrafos de prensa, radio y televisión se instalaron en las puertas del hospital. Buscaban la imagen exclusiva de aquella “mujer-mártir” que logró, por fin, reconciliar a las autoridades con los manifestantes; de la “mujer-milagro” que detuvo el cierre del mejor centro científico del país, de la “mujer-santa” que estaba en boca de todos.

Cuando salió del hospital, cientos de personas la esperaron llenándola de flores y agradecimientos, de estampitas de vírgenes y santos. Los programas de opinión de más alta audiencia la invitaron a sus platós. Los mejores (y peores) periodistas del momento la entrevistaron. Las revistas del corazón intentaron hurgar en su vida privada. Toda esa atención era nueva para ella. Nueva e incómoda.

"Aprovecha tus 15 minutos de fama", le dijo el productor de un conocido programa de televisión que se encargaba de convertir sueños en realidad. "Este es tu momento, disfrútalo”, le soltó una fotógrafa que le había propuesto salir desnuda en una conocida revista erótica.

Nuria no se dejó conquistar. Con la misma dignidad con la que había ingresado en el hospital dos meses atrás, rechazó el oropel que a manos llenas le ofrecieron los medios y las redes sociales. Nadie pudo convencerla de convertirse en un fenómeno mediático.

Seis meses más tarde, Nuria se incorporó a su laboratorio. Regresó a su mundo de microscopios y probetas, de cobayas y batas blancas. Recuperó su pequeño cubículo con olor a formol y atiborrado de revistas científicas. Abrió una de las jaulas, sacó una rata blanca y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.